¿Qué nombra en efecto la lengua, la lengua
llamada materna, la que se lleva consigo, la que nos lleva también del
nacimiento a la muerte? ¿No representa el propio – hogar que jamás nos
abandona? ¿Lo propio o la propiedad, la fantasía
al menos de propiedad que, lo más cerca posible de nuestro cuerpo, y ahí
volveremos siempre, daría lugar al lugar más inalienable, a una especie de
hábitat móvil, una vestimenta o una carpa? La llamada lengua materna, ¿no sería
una especie de segunda piel que se lleva sobre uno, un propio – hogar
móvil?¿Pero también un propio – hogar inamovible puesto que se desplaza con
nosotros?
(...)
Y bien, la palabra, la lengua
materna no es sólo el propio – hogar que resiste, la ipséité del sí mismo que oponemos como una fuerza de resistencia,
como una contra – fuerza a esas dis-locacio-nes. La lengua resiste a todas las
movilidades porque se desplaza
conmigo. Es la cosa menos inamovible, el propio cuerpo más móvil que sigue
siendo condición estable, pero transportable, de todas las movilidades: para
utilizar el fax o el teléfono ‘celular’, es necesario que lleve encima de mí,
conmigo, en mí, como yo, el más móvil de los teléfonos que llamamos una lengua,
una boca y un oído que permiten escucharse hablar.
Describimos aquí – lo que equivale
a acreditarla – la más infatigable de las fantasías. Porque eso que así no me
abandona, la lengua, es también, en
realidad, en necesidad, más allá de la fantasía, lo que no cesa de
separarse de mí. La lengua sólo funciona a partir de mí. Es también aquello de lo
que parto, me paro y me separo. Lo que se separa de mí partiendo de mí.
(...)
como si la lengua fuera un resto de pertenencia mientras que, volveremos sobre esto, las cosas
son más tortuosas. Si ésta parece ser, además, y por eso mismo, la primera y
última condición de la pertenencia, la lengua es también la experiencia de la
expropiación, de una irreductible exapropiación.
La lengua llamada ‘materna’ es ya ‘lengua del otro’
Derrida, "El monolingüismo del otro"